UN MUNDO PARA TODOS

¿Quien no puede subir una rampa o bajar una pendiente?¿Quien no puede pasar por una puerta de más de 70 centímetros de ancha?¿Quien no puede pisar un terreno liso? ¿Quien no puede circular por una acera ancha? Todos podemos hacerlo, pero si las puertas son estrechas, por regla general las de cuarto de baño, un lugar imprescindible para TODOS, son de 60, y una silla de ruedas no puede pasar, como tampoco puede dar saltitos, y las ruedas no suben para salvar escalones... A nadie benefician estas injusticias y discriminación negativa.

HAGAMOS UN MUNDO PARA TODOS. Entre TODOS podemos conseguirlo. ¿Te animas?

miércoles, 7 de mayo de 2014

¡No me lo puedo creer!

Hoy cumplo muchos años, y me cuesta creerlo... Tanta veces al borde de la muerte, tantas jugándome la vida en cada segundo para ejercer mi profesión, tantas operaciones... ¡Y vivo!

Según me contaron, cuando nací, a los ocho meses de gestación, me hice un nudo de corbata con el cordón umbilical, era azul... A mi madre, que quería verme a toda costa, le dijeron que era mejor que no me viera, que estaba muerta... Luego admitieron que vivía, pero por poco tiempo, al final le aseguraron a mi progenitora y compañía, que de estar viva sería un vegetal, que solo le causaría problemas, trabajos y muchos gastos.cuatro años recién cumplidos

No me aceptaron en ningún colegio porque era discapacitada, entonces había una epidemia de poliomielitis, durante algún tiempo odie a las monjas, incluyendo a mi tía, una de ellas, por discriminación descarada, comprendo un poco su miedo a que contagiara de polio a otras niñas, pero un parto prematuro no se contagia, fueron muy injustas.

Pero aprendí a leer, casi sola, sentadita en el suelo, cortando letras de periódicos con unas tijeritas de punta roma.

En una ocasión, en el despacho del médico de cabecera, el le estaba recordando que no se hiciera ilusiones conmigo, que se conformara con verme viva y bien de salud, que si bien estaba mucho mejor de lo predicho, había tocado fondo, ya mi mente no mejoraría más... Mi madre se levanto como si se hubiera disparado un muelle bajo su final de espalda, abrió una vitrina, bajó un enorme tomo de medicina, me lo puso bajo mi cara y gritó: ¡lee!... Yo tenía cuatro años recién cumplidos, me puse a leer muy deprisa, sin perder de vista al médico, lívido, que tuvo que sentarse... 

Cuando al fín me aceptaron, con cuatro años, ya estudiaba el primer grado, propio de niñas de siete en aquel tiempo. Y esto no lo hace un vegetal.

Sirvete un pedazo de tarta virtual de esta apetitosa foto.